ADIÓS MUCHACHOS Seleccionado para la Antología de minificción musical

Adiós muchachos

De pequeño, la felicidad es dar botes en el asiento del cine en compañía de sus amigos, con un suizo de jamón york de merienda, y corear el toque de corneta del Séptimo de Caballería cargando a galope tendido contra los indios, tatarataratatitatitataaaaa, tatarataratatitatitataaaaa…

Ya en casa recrea los ataques de los sioux a la caravana de carromatos, en círculo defensivo sobre la alfombra del salón, hasta que Custer los salva en el último momento, tatarataratatitatitataaaaa, y los escolta al fuerte Comansi que le trajeron por Reyes tarareando Gary Owen. Desde la cocina le llegan las coplas de mamá, historias que a él le entristecen, sin saber bien por qué, y los domingos suenan en el tocadiscos las penas y desamores de los tangos de Gardel, con un lenguaje que apenas comprende, aun con la ayuda de su padre.

Con este hilo musical se asoma, poco a poco, a la desconcertante vida de los mayores, capaces de cantar a las desgracias con una inexplicable alegría y al dolor de una última despedida mientras resuelven el crucigrama del periódico.

 

 

REVELACIÓN Seleccionado para antología de Amnistía Internacional

REVELACIÓN

Soy un hombre, nada humano me es ajeno.

Terencio

Es como surfear el dolor sobre un mando a distancia. A la hora de los informativos, según cambia de canal, es testigo de guerras, de muertes de migrantes en el estrecho, de explotación sexual, de trabajadores esclavizados. No lo soporta: cada noticia es peor que la anterior. Termina por sintonizar un programa de entretenimiento hasta que se duerme.

La arena abrasaba, pero él tiritaba de frío, como los demás que yacían a lo largo de la playa, boca abajo, inmóviles. Cegado por el sol de agosto, vio a contraluz unos pies que se le acercaban corriendo. La mujer lo ayudó a incorporarse y, con extrema delicadeza, le sostuvo la nuca y, con la otra mano, le acercó su botellita de agua a la boca. El niño tragó un buche de agua helada mezclada con granitos de arena y sal. Ella se quitó la toalla que llevaba sobre los hombros y le cubrió con ella, mientras lo abrazaba. Entonces miró atónito sus senos desnudos, los ojos azules, la melena rubia que le hacía cosquillas en la cara. Entonces recordó a su madre y se sintió, ya, en casa.