Adiós muchachos
De pequeño, la felicidad es dar botes en el asiento del cine en compañía de sus amigos, con un suizo de jamón york de merienda, y corear el toque de corneta del Séptimo de Caballería cargando a galope tendido contra los indios, tatarataratatitatitataaaaa, tatarataratatitatitataaaaa…
Ya en casa recrea los ataques de los sioux a la caravana de carromatos, en círculo defensivo sobre la alfombra del salón, hasta que Custer los salva en el último momento, tatarataratatitatitataaaaa, y los escolta al fuerte Comansi que le trajeron por Reyes tarareando Gary Owen. Desde la cocina le llegan las coplas de mamá, historias que a él le entristecen, sin saber bien por qué, y los domingos suenan en el tocadiscos las penas y desamores de los tangos de Gardel, con un lenguaje que apenas comprende, aun con la ayuda de su padre.
Con este hilo musical se asoma, poco a poco, a la desconcertante vida de los mayores, capaces de cantar a las desgracias con una inexplicable alegría y al dolor de una última despedida mientras resuelven el crucigrama del periódico.